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viernes, 25 de agosto de 2023

EL PIB EN BLANCO Y NEGRO

 Publicado el 25 de agosto de 2023

La desaceleración del PIB en el segundo trimestre de 2023 suscitó debates en torno al virtual estancamiento de la economía y al riesgo de entrar en recesión. De igual forma, puso en un primer plano la necesidad de implementar medidas que impulsen la reactivación.

En este documento se propone ver un poco más allá del corto plazo, destacando algunos aspectos de la evolución del PIB de Colombia en los años recientes; de esta forma se evidencia que hay problemas en el crecimiento que no surgieron este año ni como consecuencia de la política antiinflacionaria, sino que vienen desde el gobierno anterior; se muestra que hay anomalías que es preciso corregir, para retomar la senda de crecimiento.

El frenazo de 0,3%

Un crecimiento anual tan bajo no se observaba en un trimestre desde que el país sintió los impactos de la crisis financiera mundial de 2008-2009, excluyendo los años de la pandemia (gráfico 1).

Gráfico 1 Tasa de crecimiento anual del PIB por trimestres 2006-2023 (%)

Fuente: Dane.

Lo que no es evidente es que ese resultado haya sido una “sorpresa” o que indique que la situación de la economía es peor de lo que los analistas se imaginaban. Prueba de ello son las principales encuestas de expectativas que responden los expertos a Fedesarrollo y al Banco de la República.

La Encuesta de Opinión Financiera de Fedesarrollo, correspondiente al mes de agosto, publicada casi que simultáneamente con los datos del Dane, muestra que “las expectativas del crecimiento del segundo trimestre de 2023 se ubicaron en un rango entre 0,3% y 1,2%, con 0,8% como respuesta mediana”. Según la Encuesta de Expectativas de Analistas Económicos del Banco de la República para el mes de julio, se esperaba un crecimiento medio de 0,96% con una desviación estándar de 0,67%; esto significa que el rango bajo de la proyección estaba muy próximo al valor publicado por el Dane.

Otro aspecto que corrobora que el crecimiento del segundo trimestre estaba en el rango esperado es que la proyección para el año completo 2023 no ha sido modificada ni por Fedesarrollo ni por Anif, como lo presentaron sus directores en un foro realizado tres días después de la publicación del Dane. Fedesarrollo proyecta una variación de 1,5% y Anif una de 1,4%.

Problemas sectoriales

En los datos publicados para el segundo trimestre de 2023 llamó la atención de los analistas las variaciones negativas registradas en los sectores de industria y comercio, porque en 2022 tuvieron buen desempeño y contribuyeron al elevado crecimiento de ese año. La explicación de ese comportamiento, sin duda, está asociado a la política antiinflacionaria, que disminuye el crecimiento de la demanda agregada.

Pero al explorar cómo ha sido la evolución sectorial desde la pandemia, se evidencia que hay otros sectores que han tenido problemas que impiden la recuperación de su actividad a los niveles prepandemia.

En el grafico 2 se observa que el PIB total en el segundo trimestre de 2023 fue superior al del cuarto trimestre de 2019 en cerca del 11%; prácticamente desde el segundo trimestre de 2022 el nivel del PIB se mantiene estancado. En el caso del sector agropecuario, su valor agregado apenas fue 2% mayor al nivel prepandemia y es un nivel en el que se mantiene desde finales de 2020. La situación es más compleja para la minería y la construcción, pues en ambos casos el valor agregado se mantiene por debajo de sus niveles prepandemia.

Gráfico 2 PIB y valor agregado por algunos sectores (índice base IV-19 = 100)

Fuentes: Dane; cálculos de la Dirección de Estudios Económicos de Fasecolda.

La evolución de los mencionados sectores es un indicador de los problemas que enfrenta la economía colombiana para crecer. Los tres representan alrededor del 14% del PIB y, además de generar alrededor del 21% de los empleos directos, son determinantes de la canasta exportadora de Colombia y tienen fuertes encadenamientos con otros sectores productivos; en el caso del agro su bajo crecimiento se puede asociar a la alta inflación de alimentos en los años recientes.

Estos son temas que deberían llamar la atención del gobierno, los gremios de la producción y la academia. Cuando el entorno mundial está viviendo un periodo de reacomodamiento de la globalización, el gobierno propone el marchitamiento de la producción de energía fósil y no hay a la vista alternativas de exportación que sustituyan la actual canasta, resultará cada vez más difícil para Colombia tener un crecimiento sostenido y lograr una adecuada inserción en los mercados internacionales.

Inversión en reversa

El panel izquierdo del gráfico 3 muestra que, en el mejor de los casos, la inversión apenas ha superado en 5% su nivel prepandemia y que en el periodo más reciente se viene contrayendo. 

Gráfico 3 Formación bruta de capital fijo y obras civiles (índice base IV-19 = 100)

 Fuentes: Dane; cálculos de la Dirección de Estudios Económicos de Fasecolda.

Un indicador complementario desde el lado de la oferta es el de las obras civiles, entre las cuales están incluidas la construcción de carreteras y otras obras de infraestructura, asociadas con la inversión pública; como se observa en el panel derecho su nivel reciente está muy cerca del registrado durante la pandemia.

En ese contexto, si bien preocupa el resultado de corto plazo, que indica contracciones del 8,0% y del 24,0% anual en el primero y segundo trimestres de 2023, respectivamente, más interés deberían despertar las posibles explicaciones a un desempeño tan pobre de la inversión.

Aun cuando hay rubros de la inversión que crecieron notablemente después de la pandemia, como es el de maquinaria y equipo, en su conjunto el desempeño de la inversión no es el ideal. Cabe recordar que esta variable está asociada con la ampliación de la capacidad de producción futura, con mejoras en la tecnología e incrementos en la productividad de la economía. Por eso es una señal de alarma que el componente público se haya estancado, pues implica un freno en el proceso de modernización de la infraestructura que se venía implementando en el país en las décadas anteriores.

Actividades financieras y de seguros crecen más que el PIB

El sector de actividades financieras y de seguros es el tercero con mayor crecimiento en el periodo postpandemia; solo lo superan las actividades artísticas y de entretenimiento y el de información y comunicaciones.

Como se observa en el panel izquierdo del gráfico 4, el desempeño de las actividades financieras y de seguros ha sido superior al del PIB total. Mientras el PIB total está alrededor del 11% por encima de su nivel prepandemia, las actividades financieras y de seguros están alrededor del 20%.

Gráfico 4 PIB, ISE y Actividades financieras y de seguros (índice base IV-19 = 100 y %)

Fuentes: Dane; cálculos de la Dirección de Estudios Económicos de Fasecolda. 

Esto aplica no solo para los últimos años, sino también para los periodos más recientes, como se deriva del panel derecho del gráfico, que presenta las variaciones anuales del ISE y de su componente de sector financiero en cada mes de 2023.

En términos del PIB, en el cuadro 1 se observa que en los dos primeros trimestres de 2023 el crecimiento de las Actividades financieras y de seguros fue superior al del PIB total. De igual forma, del gráfico 5 se colige que la dinámica de los seguros ha sido determinante en el comportamiento reciente del sector; en los trimestres recientes los Seguros desplazan a las Sociedades de depósito como el principal componente del valor agregado de las Sociedades Financieras.

Cuadro 1 PIB, Productos de las Actividades financieras y de seguros (%)

Fuentes: Dane.

Gráfico 5 Composición del valor agregado nominal de las Sociedades Financieras (%)

Fuentes: Dane; cálculos de la Dirección de Estudios Económicos de Fasecolda. 

Síntesis

Varios aspectos relevantes se derivan de lo expuesto en este documento. Se ha resaltado que el bajo crecimiento del segundo trimestre de 2023 estaba contenido en las proyecciones de los expertos. Se ha detectado que, además de los efectos coyunturales de la política antiinflacionaria, hay problemas de crecimiento en algunos sectores clave para la economía. Los indicadores indirectos de la inversión pública también evidencian que hay problemas en esa variable que tiene gran incidencia en el potencial de crecimiento. Por último, se destaca que la industria aseguradora ha tenido uno de los mejores desempeños sectoriales en los años postpandemia y que incluso su participación en el valor agregado de las Sociedades Financieras es superior a la de las Sociedades de depósito en los trimestres recientes.

domingo, 18 de abril de 2021

¿ES NECESARIA LA REFORMA TRIBUTARIA?

 

Ideas Sueltas No. 3, 18 de abril de 2021 

(Si quiere obtener este documento en formato pdf, solicítelo a labibliotecadehernan@gmail.com)


Introducción

En Colombia hay un debate creciente alrededor del “Proyecto de Ley Solidaridad Sostenible” que el gobierno presentó al Congreso; el proyecto abarca dos grandes áreas; una sección relacionada con la tributación y otra con la política social.

Antes de radicar el texto del proyecto de ley, el ministro de Hacienda emprendió una tarea de socialización de los principales contenidos, pero la reacción que generó fue muy negativa. Desde algunos sectores afirman que lo consideran conveniente en lo social, pero están en desacuerdo con los aspectos tributarios total o parcialmente; incluso el partido de gobierno no comparte las modificaciones en algunos impuestos como el IVA. Los de ideologías opuestas al gobierno han manifestado su total rechazo a la reforma. Por último, son contadas las excepciones de analistas y centros de investigación que avalan la mayor parte de la propuesta.

En parte, las reacciones mencionadas se pueden atribuir a la falta de claridad en los mensajes transmitidos por el gobierno. Cuando el tema empezó a surgir, el ministro de Hacienda dio declaraciones sobre la necesidad de una reforma tributaria, pero el presidente Duque salió a contradecirlo, señalando la inconveniencia de semejante trámite en medio de una emergencia sanitaria. Expresamente, en agosto de 2020, afirmó: “Hacer una reforma tributaria en este momento en que tenemos la pandemia… es suicida. … En medio de una pandemia que está generando estos efectos, pues, a quién se la va a cobrar más impuestos ¿a la micro, pequeña, mediana, y gran empresa para asfixiarla? ¿Qué se quiebren, empleen menos y detonen un mayor desempleo? Absurdo” (Presidencia de la República, 2020). Unos meses más tarde ratificó su posición en una entrevista con Roberto Pombo (2020): “Yo creo que no hay ningún país en el mundo que se haya aventurado con una reforma tributaria en medio de una pandemia, primero porque hay que esperar la reactivación de la economía”. Pero a los pocos días el ministro anunció con una fecha tentativa la decisión de presentar la reforma al Congreso (El Tiempo, 2020).

Un elemento adicional fue el nombre asignado al proyecto de ley. En las primeras etapas el ministro y el mismo presidente lo mencionaron como una “reforma tributaria”, pero luego el presidente lo llamó “reforma fiscal”, porque incluiría no solo aspectos relacionados con los ingresos sino también con los gastos (Semana, 2020). Durante la asamblea del BID, el presidente le puso otro nombre: “Agenda de transformación social sostenible”, refiriéndose a seis puntos de su contenido, entre los que destacó la dimensión social para mitigar los impactos negativos de la pandemia (Presidencia de la República, 2021). Por último, en las rondas de socialización el ministro le puso el título ya mencionado: “Proyecto de Ley Solidaridad Sostenible”. El tema del nombre, aparentemente intrascendente, terminó generando ruido y poca credibilidad en el mensaje, pues mientras el gobierno insiste en destacar el componente social, los medios y los analistas optan por enfatizar la parte tributaria (Portafolio, 2021a y Restrepo, 2021).

Estos aspectos evidencian la falla de comunicación, pues aun cuando se menciona la financiación de los gastos de la pandemia como un objetivo, este se pierde en medio de los demás mensajes que envían para tratar de convencer a la opinión pública y minimizar la importancia del componente tributario.

El objetivo primordial de este documento es presentar de forma pedagógica los hechos que muestran la necesidad de la reforma tributaria. Para empezar llamando al pan, pan y al vino, vino, se usa el concepto de “reforma tributaria”, dejando de lado todos los demás nombres; como lo señaló el exministro Juan Camilo Restrepo (2021), un proyecto de ley mediante el cual se pretende recaudar con tributos alrededor de 30 billones de pesos simplemente es una reforma tributaria. Se destaca que la pandemia del covid-19 es un choque exógeno imprevisto que forzó al gobierno a ejecutar un cuantioso gasto no programado. El consecuente desbordamiento del presupuesto dejó al país con un enorme déficit fiscal y un notable incremento de la deuda; la situación se debe corregir so pena de enfrentar nefastas consecuencias y esto exige la solidaridad de todos los colombianos.

Para tal fin, el punto de partida es un símil entre el presupuesto familiar y el gubernamental y planteando opciones sobre cómo enfrenta una familia una situación inesperada que le ocasiona desbarajustes en sus finanzas. El siguiente paso es la caracterización del presupuesto gubernamental, señalando los puntos en común con el de una familia, pero luego se enfatizan las diferencias y las implicaciones que tiene para un país. Después se expone por qué la pandemia genera “decisiones trágicas” que tienen costo y llevan a los gobernantes a escoger el “mundo menos malo”. Luego, para solucionar la situación de déficit fiscal y elevado endeudamiento, se examinan las múltiples alternativas que se postulan desde diferentes orillas, con la facilidad que da el ser observador y no el ejecutor de las políticas públicas.

Presupuesto familiar

En una familia típica el presupuesto está conformado por unos ingresos y unos gastos. Vamos a tomar como referencia una familia en la que los ingresos provienen del salario del jefe de la familia. Los ingresos son destinados a rubros prioritarios como la alimentación, la educación de los hijos, la salud, el arrendamiento o la cuota de crédito de la vivienda, los servicios públicos, y el transporte; además es común la asignación de una porción al pago de deudas, como las tarjetas de crédito, la vivienda o el carro, entre otros.

Normalmente se espera que el presupuesto sea equilibrado, es decir, que los ingresos permitan pagar los gastos. No obstante, para la adquisición de algunos bienes durables, como muebles, electrodomésticos o vehículos, se acude al crédito; en estos casos, tanto los financiadores como las cabezas del hogar deben evaluar la capacidad de endeudamiento sin poner en riesgo los gastos prioritarios.

Ahora supongamos que la familia enfrenta una situación inesperada cuando a uno de los hijos le diagnostican una enfermedad grave, para la cual no existe tratamiento en el país. Los médicos informan a los padres que solo en Alemania encuentran la tecnología que les permitirá curar al niño, pero el servicio de salud que tienen no cubre todos los gastos requeridos; entonces se les plantea el reto de financiar una suma grande con relación a sus ingresos.

En esta situación, los padres tienen dos alternativas extremas. La opción A es conseguir el dinero mediante una hipoteca de la vivienda, los préstamos de amigos y familiares y la venta de algunos activos como el vehículo o las joyas, entre otros. La opción B es no hacer nada, para no poner en riesgo la estabilidad económica de la familia; esta desde luego puede llevar a una situación trágica. Con alta probabilidad, la mayoría de los padres de familia tomarán la opción A anhelando ver restablecida la salud del niño.

Superado el drama de la salud, ahora la familia tiene una deuda muy alta con relación a sus ingresos y debe encontrarle solución a ese problema. De nuevo, surgen dos alternativas extremas. La opción 1 es no pagar las deudas, para no sacrificar los gastos normales de la familia. Las consecuencias no serían muy buenas, pues el jefe del hogar será reportado a las centrales de riesgo, con lo cual perderá el acceso al sistema financiero; además, puede enfrentar procesos legales de ejecución de las garantías de los bancos, que podrían ocasionar la pérdida de la vivienda que está hipotecada. Por último, puede terminar perdiendo amigos que lo apoyaron y dañar las relaciones con los familiares que le ayudaron en la financiación. La opción 2 consiste en buscar ingresos adicionales, como la posibilidad de que la esposa busque un empleo si no trabajaba antes; también se puede pensar en algún pequeño negocio o en un empleo tipo gig para los padres (Rappi, Uber, etc.). Desde luego sería necesaria una dosis de austeridad, recortando gastos no prioritarios, pero incluso, de ser necesario, implicaría sacrificios como aplazar las vacaciones o reducir la calidad de la dieta alimentaria. Finalmente, habría que mantener buenos términos con todos los prestamistas, sean estos entidades financieras o personas naturales; mediante acuerdos de pago, disposición a flexibilizar las condiciones de ser necesario y tener la posibilidad de refinanciación, para no ocasionar mayor deterioro del bienestar de la familia. En esta opción lo relevante es tener el objetivo de cumplir con los compromisos financieros adquiridos.

En síntesis, cualquier familia está expuesta a choques exógenos que pueden poner en riesgo la estabilidad económica del hogar y la respuesta normal es la disposición a asumir costos que desbordan el presupuesto con tal de proteger algo que es valioso como unidad familiar.

Presupuesto gubernamental

El gobierno, al igual que las familias tiene unos ingresos y unos gastos. Los ingresos provienen de fuentes más diversificadas, como se observa en el gráfico 1. Hay múltiples formas de clasificarlos, pero, en términos generales se pueden resumir en los ingresos tributarios; la ayuda externa o las transferencias que son realizadas por otros países o por organismos multilaterales; y otros ingresos (gráfico 1


Los ingresos tributarios comprenden los impuestos directos y los indirectos, bajo los cuales se clasifica toda la variedad de gravámenes que implementan los gobiernos sobre las actividades económicas (renta, IVA, consumo, ICA, patrimonio, etc.). La ayuda externa o las transferencias se refieren a recursos o bienes que un país envía a otro como donaciones sin compromiso de reembolso. Pueden ser, por ejemplo, equipos médicos para atender la pandemia, y dinero para incentivar determinadas actividades, como erradicación de la pobreza o la reforestación. Los otros ingresos incluyen, entre otras, las contribuciones a la seguridad social; las utilidades de empresas en las que el gobierno es el dueño o tiene participación en la propiedad; la venta de bienes y servicios; multas y sanciones pecuniarias; y fondos especiales, como algunas contribuciones que se imponen con destinación específica.

Con relación al gasto, también hay diferentes clasificaciones posibles. En el gráfico 2 se presenta una que sigue grosso modo las grandes categorías del Presupuesto General de la Nación, que comprende dos grandes rubros: gastos de funcionamiento y gastos de inversión.


Así como las familias tratan de mantener un presupuesto equilibrado, de igual forma debe hacerlo el gobierno. Destacamos que las familias buscan financiación para la adquisición de algunos bienes y servicios, y lo propio hace el gobierno; en este caso, los gastos son mayores que los ingresos y esa diferencia es lo que se conoce como el déficit fiscal en las finanzas públicas. Ese déficit se debe financiar, lo que se puede hacer mediante la venta de activos y la contratación de créditos, entre otras fuentes; por lo tanto, esas fuentes aparecen como un ingreso del gobierno. Cuando se acude al crédito, en los gastos aparecerá una asignación de recursos para pagarlo; esa partida es el servicio de la deuda, que incluye pago de capital y de intereses.

Cabe preguntarse si el déficit fiscal se puede considerar “normal” o si lo deseable es mantener las finanzas en equilibrio o en superávit. Aun cuando lo ideal es no tener deudas, la realidad es que hay gastos que un país necesita y su costo supera los flujos de recursos de un año. Una familia que quiere realizar un viaje a Europa que cuesta $50 millones, puede ahorrar año tras año hasta contar con los recursos necesarios; pero también puede financiar con deuda una parte del costo y cumplir ese sueño con antelación. En el caso del gobierno, la construcción de una central hidroeléctrica, por ejemplo, podría pagarse con las mismas opciones; pero es evidente que el endeudamiento es la mejor opción porque ofrece a la sociedad la posibilidad de contar con sus servicios de energía varios años antes que si lo hace con un esquema de ahorro para “pago de contado”.

Por lo tanto, la respuesta es que en alguna medida es “normal” que un país tenga déficit fiscal, siempre que se mantenga en rangos razonables; estos están en función de la capacidad de pago del país y de las proyecciones de sus fuentes de ingresos. Por esto, los analistas consideran que en una economía desarrollada el tamaño del déficit aceptable es mayor que el de una economía en desarrollo. Para economías emergentes como la colombiana se considera prudente un déficit entre el 4% y el 5% del PIB. Cuando ese límite se desborda, se encienden las alarmas, por lo que las entidades financieras, los organismos multilaterales, los inversionistas, los analistas de mercados y las calificadoras de riesgo hacen un seguimiento más estricto a las decisiones de política fiscal del gobierno; este debe dar señales claras de la senda que seguirá para retornar a los niveles “normales” y que garantizarán la sostenibilidad de las finanzas públicas.

Como se observa en el gráfico 3, el gobierno colombiano ha registrado déficit fiscal en todos los años del periodo 1994-2021. El déficit promedio entre 1994 y 2019 fue del 3,5% del PIB, y el nivel máximo se presentó como consecuencia de la crisis económica que sufrió la economía a finales del siglo pasado, pero en los años siguientes fue disminuyendo gradualmente; un comportamiento similar se aprecia en otros periodos en que se alcanza o supera el 4%. En ese contexto, sobresale la magnitud del déficit de 2020 y del proyectado en 2021, por ser los más altos de Colombia desde comienzos del siglo XX (ver Rincón y Junguito, 2004); ellos están relacionados con la pandemia y el proyecto de ley de reforma tributaria que el gobierno radicó al Congreso busca devolverlos a los niveles normales.


Para cerrar esta sección, cabe destacar que, si bien hay similitudes entre el presupuesto familiar y el gubernamental, las decisiones de gobierno en materia presupuestal tienen impactos sobre toda la sociedad. La política fiscal es el uso del gasto público y la tributación para afectar la economía por al menos tres canales.

El primero es la contribución a la estabilidad macroeconómica y el crecimiento económico; la forma en que el gobierno establece sus ingresos –lo que incluye los aumentos de impuestos–, define sus gastos y financia el déficit fiscal inciden en la dinámica de la demanda agregada, el empleo y los precios en la economía. A título de ejemplo, se puede citar el caso de Venezuela, que al financiar el déficit con una emisión descontrolada de dinero generó un proceso de hiperinflación que, sumado a otras malas decisiones de política económica, sumió la economía en el peor desastre de su historia, ocasionando el grave deterioro del bienestar social que presionó a muchos de sus habitantes a migrar a otros países.

El segundo, es la redistribución del ingreso. Uno de los objetivos del gobierno es utilizar los ingresos, que en buena parte provienen de la tributación de la población, para mejorar el bienestar de todos los habitantes y buscar condiciones de vida dignas para los menos favorecidos. En el caso de Colombia, los programas de transferencias monetarias directas, como Familias en Acción y Colombia Mayor, tienen ese objetivo. No obstante, cabe anotar que el efecto de la política fiscal en la distribución del ingreso en el país es marginal con relación a lo que se observa en las economías desarrolladas, lo que en gran parte es atribuido a la existencia de subsidios regresivos, como los que hay en pensiones y educación.

El tercero es la provisión de bienes públicos. Mediante la política fiscal el gobierno provee a la sociedad de bienes y servicios que normalmente el sector privado no produce porque no son rentables o porque la magnitud de las inversiones supera su capacidad; es el caso de la seguridad (fuerzas armadas, policía), la justicia, la educación (por ejemplo, la gratuidad de la formación básica), y la salud (régimen subsidiado en el caso de Colombia), entre otros.

El covid-19 y las “decisiones trágicas”

En ese mundo en el cual con frecuencia los gobiernos tienen déficits fiscales y deudas para financiarlos, apareció en el mundo un nuevo virus que rápidamente se expandió por el mundo y ocasionó la más grande pandemia de los últimos 100 años; es más, es la primera pandemia mundial de la historia (Avendaño, 2021a). Si bien el covid-19 no tiene la alta tasa de mortalidad de la gripe española, que azotó al mundo en 1918-1919, la tasa de contagio es más alta, lo que, sumado a la globalización y a los problemas de liderazgo global, repercutió en un número de contagios y muertes muy superior a lo que cabría esperar, dados los avances de la ciencia y la tecnología (Avendaño, 2021b).

Para retomar el símil de la familia y el niño enfermo, en este caso los gobiernos se encontraron en una situación para la que no estaban preparadas ni siquiera las naciones más desarrolladas. Pronto se planteó lo que el filósofo chileno Daniel Loewe (2020; p. 14) denomina “decisiones trágicas”, que él define como “dimensiones en que siempre se obtendrá una pérdida. Algunos bienes solo se pueden alcanzar a costa de otros. En ocasiones, el mejor de los mundos es el menos malo…”. Esto significa que los gobernantes se vieron en una encrucijada, pues cualquiera que fuera su decisión las repercusiones negativas serían enormes, tanto en temas de salud y bienestar de las personas como en temas del impacto en la actividad económica.

En ciencias sociales se acude con frecuencia al “problema del tranvía” para el análisis de determinadas situaciones complejas. Se trata de un tranvía que se desplaza por una carrilera, pero no tiene conductor y está fuera de control; por la vía que lleva atropellará a cinco personas y les causará la muerte; pero hay un operario que está parado en una bifurcación de la carrilera y puede desviar el tranvía moviendo una palanca que está a su alcance; sin embargo, en la vía alterna hay una persona. El dilema que se presenta para el operario es si debe mover la palanca y dejar que muera una persona o no hacer nada, en cuyo caso morirían cinco personas.

En la adaptación de este problema al caso de la pandemia el tranvía representa el covid-19, el operario es el gobierno, en una carrilera está la economía y en la otra la población. Si el gobierno prefiere proteger la economía, mueve la palanca y el tranvía se llevará por delante a muchas personas; es un escenario en el que el gobierno no hace nada para mitigar la pandemia y por lo tanto los contagios y la mortalidad serían muy elevados hasta alcanzar la inmunidad del rebaño. Si el gobierno prefiere proteger la salud de las personas, no mueve la palanca y deja que el tranvía atropelle la economía; este sería un escenario de cierre total y estricto de la economía por el tiempo que sea necesario para cortar de raíz los contagios, lo que ocasionaría una crisis económica de enormes magnitudes.

Está claro que se trata de “decisiones trágicas” porque cualquiera de ellas conduce a un gran impacto negativo para la sociedad y la economía. También está claro que es falso el dilema entre economía y salud, pues una crisis profunda no solo quiebra las empresas, sino también al gobierno, lo que le impediría proveer la financiación adecuada a las políticas para fortalecer la infraestructura de salud.

En el mundo real lo que ocurrió es que los gobiernos tomaron decisiones que mezclaron en diversos grados cierres temporales de la economía con medidas restrictivas para frenar la velocidad de los contagios: cuarentenas, cierre temporal de fronteras, prohibición de eventos masivos, limitaciones a la movilidad, uso obligatorio de tapabocas, distanciamiento social, teletrabajo, educación virtual, etc.

Pero como la pandemia fue un hecho inesperado y se adoptaron “decisiones trágicas”, las finanzas de los gobiernos se vieron impactadas por los gastos extraordinarios que realizaron. Entre los muchos gastos no presupuestados, tuvieron que destinar recursos a equipos de protección (mascaras, gafas quirúrgicas, guantes, etc.), aumento del número de unidades de cuidados intensivos, aportes al desarrollo de vacunas (no todos los países lo pudieron hacer, entre ellos Colombia), compra de vacunas (para el gobierno colombiano tienen un costo superior a los $2 billones), transferencias monetarias a la población vulnerable, créditos a las empresas, aumento de las garantías públicas a los préstamos, apoyos directos a las empresas (por ejemplo, los subsidios a la nómina), etc. Adicionalmente los cierres económicos frenaron los ingresos tributarios del gobierno. En el caso de Colombia el incremento de los gastos por la pandemia, que no presupuestados, superó los $40 billones (cuadro 1) y la caída de los ingresos tributarios fue de alrededor de $23 billones (cuadro 2).



Como consecuencia, el déficit fiscal creció notablemente. La meta prevista por el gobierno para 2020 era un déficit de 2,2% del PIB y el observado fue de 7,8%, es decir, casi cuatro veces más. La financiación de ese déficit obligó a un mayor endeudamiento del gobierno, de forma que la deuda bruta como porcentaje del PIB creció del 50,3% en 2019 al 64,8% en 2020.

Con la deuda pública ocurre algo similar al déficit fiscal, respecto a los niveles que se consideran “normales”. Para una economía emergente como Colombia un endeudamiento entre el 60 y el 70% del PIB prende las alarmas y los ojos del mundo se fijan en qué va a hacer el gobierno para dar señales claras de sus compromisos de pago y de las medidas que adoptará para ubicarse en niveles por debajo de los considerados como de alto riesgo; parte de ellas incluyen incrementar los ingresos tributarios, medidas de austeridad en el gasto, privatizaciones y también potenciales canjes de deuda con vencimientos en el corto plazo por nuevas emisiones a plazos más largos. 

En síntesis, la decisión del gobierno de crecer la infraestructura de la salud y brindar apoyo a las personas y a las empresas tuvo un costo enorme que dejó la economía colombiana en la zona de activación de las alarmas de prestamistas y analistas. Pero, si no lo hubiera hecho, el país habría tenido un desastre inimaginable. Pensemos solo en las UCI que tenía Colombia antes y después de iniciada la pandemia; ahora que estamos entrando en la tercera ola, es evidente que en esta y en las dos anteriores la infraestructura de salud hubiera colapsado y habríamos enfrentado una situación tanto o más dramática que la que vivieron España e Italia hacia abril de 2020.

Ahora, como en el ejemplo de la familia, aun cuando la pandemia no ha terminado, el gobierno debe ahora formular opciones para salir de la zona de alarma tanto del déficit fiscal como del endeudamiento.

El menú de opciones

Ante la situación resultante y antes de plantear las opciones, es preciso entender que no es Colombia el único país que se enfrenta al problema de cómo retornar a la zona de tranquilidad. Es necesario enfatizar que la pandemia fue una sorpresa para todos los países, que ningún país del mundo estaba preparado, ninguno tenía presupuestados los gastos que ella demandó y que, por lo tanto, son numerosas las economías que hoy tienen déficits fiscales más abultados y niveles de deuda muy superiores a los de 2019. Los gráficos 4 y 5 permiten comprobar eso a nivel de grupos de países por niveles de desarrollo. El déficit fiscal promedio del mundo se multiplicó por tres, el de las economías avanzadas por cuatro, el de las economías emergentes y de ingreso medio por dos y el de las de bajos ingresos por 1,4. 



En el caso de la deuda el análisis por países muestra crecimientos sorprendentes. Por ejemplo, entre las economías desarrolladas, en Canadá se incrementó en 31 puntos del PIB y en España, Japón e Italia en 21; entre las economías emergentes y de ingresos medios en República Dominicana y Hungría aumentó en 15,9 puntos y en Suráfrica, Rumania y Colombia en alrededor de 15 puntos; por último, entre las de bajos ingresos en Zambia y Kirguistán aumentó más de 20 puntos.

Volviendo a Colombia, la pregunta es cómo retomar la senda que se traía antes de la pandemia y cómo hacerlo de forma que sea creíble para aquellos que financiaron la mayor expansión del gasto, como el FMI y los compradores de bonos de deuda soberana tanto en Colombia como en el resto del mundo; también se deben dar señales positivas a los analistas de mercados, a las calificadoras de riesgo y a otros organismos multilaterales. El gráfico 6 muestra las proyecciones con el retorno a las tendencias observadas hasta 2019; el déficit volvería a la ruta trazada por la regla fiscal y la deuda es la proyectada por el gobierno en el “Plan financiero 2021”.


Como en el caso de la familia, entre las opciones también habría una opción 1, que es la de no pagar la deuda. Eso es posible y lo han hecho diversos países de la región en años anteriores; en casos recientes lo hizo Venezuela y un poco antes Ecuador y Argentina. Pero Colombia tiene una larga tradición de cumplimiento de sus compromisos financieros y no ha tenido incumplimientos desde la Gran Depresión de los años treinta.

Pero si lo hiciera, justamente las experiencias mencionadas evidencian que las consecuencias serían nefastas. Lo primero, las calificadoras de riesgo degradarían los bonos de la deuda colombiana a la categoría de grado especulativo. Eso implicaría que muchos inversionistas venderían sus tenencias de esos bonos, provocando una abrupta caída de los precios; también podrían precipitar una salida de capitales con la consecuente depreciación de la moneda; como consecuencia, se incrementaría en valor en pesos de la deuda en moneda extranjera tanto del gobierno como de las empresas, llevando a muchas a la quiebra como lo ilustra la devaluación de la lira turca en 2018.

Lo segundo, se encarecería la nueva financiación. El hecho de dejar de pagar la deuda no implica la desaparición permanente del déficit y el país en algún momento necesitará financiarlo. Pero los mercados evalúan diariamente los riesgos de cada país, mediante varios indicadores, uno de los cuales son los spreads EMBIG; ellos indican cuantos puntos básicos por encima de la tasa de interés de los bonos del tesoro de los Estados Unidos pagará un país para colocar nueva deuda en el mercado. Suponiendo que el bono de los Estados Unidos a 15 años tiene una tasa de interés cero, las cifras del EMBIG del 9 de abril de 2021 indican que en el caso de Colombia, que tiene grado de inversión, se podría emitir deuda a ese plazo con una tasa de interés del 2,13% anual; Ecuador, que tuvo un incumplimiento de su deuda (default) en 2008, la tendría que colocar al 16,14%; y Venezuela que es un caso de default más reciente la debería colocar al 244,34% si es que consigue un comprador que quiera correr ese riesgo. Esto permite comprobar que no pagar la deuda es una opción que sale muy costosa y que lo mejor es evitarla.

La opción 2 es la implementación de programas de austeridad; es apretarse el cinturón, como haría la familia de nuestro ejemplo. Esta opción es planteada por muchos analistas desde la comodidad de una columna periodística o un micrófono de la radio o la televisión. Sin embargo, aun cuando el gobierno anunció un programa de austeridad, no es tan fácil de implementar y sus resultados son más bien modestos, debido a la inflexibilidad del gasto; en Colombia tenemos la cultura de amarrar los gastos del gobierno a normas que van desde la Constitución, las leyes y los decretos, tal vez porque pensamos que si dejamos a los gobernantes en libertad asignarán los recursos a otros gastos o se los robarán los corruptos.

La firma Moody’s Investors Service (2018) elaboró un índice de flexibilidad del gasto para los países de América Latina y encontró que Colombia es un país con uno de los mayores grados de inflexibilidad (gráfico 7); esta fuente calculó que el 85% del presupuesto está atado a “gastos obligatorios”.



El examen de algunos rubros del Presupuesto General de la Nación del 2021 permite corroborar esa inflexibilidad. Los cinco rubros que se muestran en el gráfico 8 suman $187 billones y son superiores en 27% al total de ingresos tributarios proyectados para el presente año; esto implica que el faltante sumado a los demás gastos previstos requieren de otras fuentes que incluyen las rentas parafiscales, las utilidades de las empresas estatales, los fondos especiales y la deuda.


De ahí que la OCDE (2019; p. 48) señale que “la capacidad del gobierno para asignar el gasto presupuestario en función de la evolución de las necesidades y prioridades se ve socavada por la excesiva inflexibilidad existente. El gasto exigido por ley, la preasignación de fondos a fines específicos, las transferencias a entidades subnacionales, las pensiones y el gasto en intereses implican que la proporción del gasto que el gobierno puede ajustar es limitada, y casi exclusivamente relacionado a las inversiones”.

Por lo tanto, aun cuando los programas de austeridad se anuncien con la mejor intención, sus efectos terminan siendo marginales y en ocasiones generan incentivos no deseados; tal es el caso de las nóminas paralelas como respuesta al congelamiento de la nómina del sector público.

La opción 3 es la venta de activos. Este es un tema que recurrentemente sale a relucir en cualquier discusión sobre cómo aumentar los ingresos del gobierno sin tramitar una reforma tributaria. La propuesta luce atractiva, pues el Documento Conpes 3927 (2018) encontró que la Nación es propietaria o accionista de 109 empresas que tenían un valor patrimonial de $70 billones; sin embargo, solo 10 de ellas representan el 90% de ese monto.

Aún así, sigue sonando atractivo vender esas 10 empresas que al 31 de diciembre de 2017 valían alrededor de $63 billones. El problema es que ahí están las “joyas de la corona”, que para muchos analistas se consideran intocables. Cabe recordar que en 2018 Fasecolda propuso vender toda la participación del gobierno en Ecopetrol para inyectar esos recursos a la Financiera de Desarrollo Nacional con el objetivo de financiar las obras de infraestructura que requiere el país; se calculó que su valor en ese momento podría estar en $152 billones. La sola propuesta generó un debate impresionante y la USO la calificó de “absurda” y “nefasta” (Agencia de Información Laboral, 2018). Para calmar la tormenta, el ministro de Hacienda salió a los medios a decir que la empresa no se privatizaría (Nuevo Siglo, 2018).

La opción 4 es la reducción del tamaño del Estado. También se enuncia con frecuencia que hay demasiada burocracia, que sobran entidades y que el tamaño del Congreso es exagerado. Es factible que así sea; desde hace rato se ve como necesaria una reforma a la burocracia estatal, pero más en relación con su funcionamiento, la reestructuración de la carrera administrativa y el fortalecimiento del capital humano; es un tema de mayor alcance y quizás se incluya la modificación del tamaño de las plantas de personal.

Pero la reducción del tamaño del Estado puede rendir menos frutos de los que la gente se imagina. Recientemente Corficolombiana hizo el cálculo del ahorro que se obtendría al reducir a la mitad el Congreso, eliminar todas las consejerías y tres ministerios; el monto resultante es de $0,8 billones (López, 2021). La cifra es baja comparada con los $23 o $24 billones que el gobierno proyecta recaudar con la reforma tributaria.

El total de gastos de personal en el presupuesto de 2021 asciende a $33,4 billones. El grueso de esa cifra se la llevan los ministerios de Educación, Defensa y Salud. Según el Sistema de Información y Gestión del Empleo Público (SIGEP), en 2017 el número de servidores públicos ascendía a 1.198.238 personas. Si asumimos que ese número de empleados se mantiene, esto significa que en promedio le cuestan al gobierno $27,9 millones al año ($2,3 millones por mes); por lo tanto, si en lugar de hacer reforma tributaria se buscaran esos recursos podando la burocracia, habría que prescindir de 839.000 servidores públicos (el 70% del total), lo que a todas luces es absurdo.

Del total de servidores en 2017, unos 412 mil eran personal uniformado y otros 323 mil eran docentes, que sumados representan el 61% del total (Rojas y Durán, 2018). Esto significa que el restante 39% está distribuido en todas las demás entidades públicas, por lo que una decisión en materia de reducción del gasto en personal implicaría sacrificar la atención y la prestación de servicios en áreas vitales. También se puede intuir que un estudio técnico sobre reforma a la administración pública posiblemente insista más en los temas de calidad que en los de tamaño de la burocracia.

La opción 5 es aumentar los ingresos del gobierno. Esta es la que está proponiendo el gobierno, por la vía de la reforma tributaria y varias razones la justifican. En primer lugar, se puede señalar que la carga tributaria en Colombia es relativamente baja. El gráfico 9 muestra varias cosas al respecto: de un lado, los ingresos tributarios del país están por debajo de los promedios de América Latina y el Caribe y de la OECD; de otro lado, 16 de los 24 países de la región tienen niveles de recaudo superiores; además, Bolivia, que es un país de menor grado de desarrollo, supera los ingresos colombianos en seis puntos del PIB.

En segundo lugar, los impuestos representan una porción relativamente pequeña de los ingresos totales del gobierno colombiano. De acuerdo con la OECD (2019; p. 66), para los países miembro de la organización, el análisis de los ingresos gubernamentales sin incluir deuda muestra que “las principales fuentes de ingresos del gobierno son los impuestos (sobre la renta o la riqueza, por ejemplo) y las contribuciones sociales realizadas directamente por los empleados o en su nombre. Una parte menor de los ingresos proviene de las ventas del gobierno general (por ejemplo, tarifas de usuario por la prestación de servicios), subvenciones y otras fuentes (por ejemplo, rentas de la propiedad)”. 

En el gráfico 10 sobresale Colombia como uno de los países en los que los impuestos tienen un menor peso dentro de los ingresos; solo están por debajo la República Eslovaca y Costa Rica. En el otro extremo están Dinamarca, Suecia, Australia y Nueva Zelanda, para los cuales los impuestos superan el 79% de los ingresos del gobierno.


Se colige de estos datos que en Colombia hay amplio margen para incrementar el ingreso por la vía de los impuestos, pues la estructura actual de los ingresos es una limitante frente a situaciones como la de la pandemia. De acuerdo con el Presupuesto General de la Nación de 2021, los ingresos tributarios son el 49% del total y los recursos de capital el 39,4%; este último rubro incluye la deuda, la venta de activos y los excedentes financieros y dividendos que obtiene de las empresas en las que el gobierno es accionista. Depender en tan alto grado de la deuda y de las enajenaciones de activos no es lo deseable.

En tercer lugar, la tributación en Colombia tiene múltiples problemas, entre los que sobresalen la concentración de los tributos en pocas empresas y personas naturales, las bajas bases de impuestos como el de renta de personas naturales y el IVA, la mala focalización de los subsidios, el elevado gasto tributario y los altos niveles de evasión y elusión. Estos temas han sido diagnosticados por diversos estudios técnicos como el de la Comisión de Expertos para la Equidad y la Competitividad Tributaria (2015), la Comisión del Gasto y la Inversión Pública (2017) y la Comisión de Expertos en Beneficios Tributarios (OCDE, DIAN y Ministerio de Hacienda, 2021).

Entre las diferentes opciones examinadas, la reforma tributaria es la mejor vía para aumentar los ingresos tributarios del gobierno. En este documento no se examina el contenido del proyecto de ley radicado en el Congreso el 15 de abril, pues el propósito es mostrar la necesidad de tramitarla para pagar los gastos extraordinarios que generó la pandemia.

Para concluir esta opción, cabe resaltar nuevamente que la situación de un mayor déficit fiscal y un alto crecimiento de la deuda pública no es un fenómeno exclusivo de Colombia, sino que afectó a muchas economías. Por eso diversos gobiernos han optado por incrementar sus ingresos, para lo cual empiezan a tramitar o a discutir reformas tributarias o ellas han sido recomendadas por organismos como la OECD y el FMI; entre ellos están los de países como Estados Unidos, Italia, España, México, Brasil, Perú, Chile y Australia (Portafolio, 2021b). El objetivo en todos los casos es pagar esos gastos inesperados y mantener instrumentos de apoyo a la población más vulnerable.

En el caso específico de Estados Unidos, Janet Yellen (2021), la Secretaria del Tesoro, planteó la intención del gobierno Biden de tramitar una reforma para incrementar la tarifa de los impuestos corporativos de renta del 21% al 28%. Además, formuló la propuesta de un acuerdo global para fijar una tasa mínima de impuestos corporativos que frene la competencia entre gobiernos por usar los menores impuestos como un atractivo para las empresas multinacionales.

Colofón

En 1789 Benjamin Franklin afirmó que “en este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y de los impuestos”. Esta, que es una idea muy arraigada en la sociedad, refleja la poca popularidad que tienen los impuestos. No obstante, como señala el economista y contador británico Richard Murphy (2015), es preciso reconocer que se trata de una exageración. Mientras que los primeros homínidos surgieron hace unos siete millones de años y la muerte ha sido segura durante todo ese tiempo, las primeras referencias a los impuestos datan de Mesopotamia en el año 2500 antes de Cristo.

Quizás el sentido de la referencia de Franklin surgió de la larga y en ocasiones tortuosa historia de los impuestos, que pasó por aquellos pagados en especie, la aparición de los nefastos recaudadores, el poder absoluto de los monarcas para imponerlos con el fin de financiar sus guerras y sus caprichos, la Carta Magna con el nacimiento de “los impuestos con representación” en 1215, los abusivos poderes de los señores feudales y el surgimiento de los Estados nacionales dependientes de su capacidad de cobrar impuestos.

Esa herencia de siglos hay que dejarla de lado y entender que sin la tributación adecuada un Estado se puede tornar inviable, el logro del bienestar de la sociedad no se logrará fácilmente y la superación de los problemas de pobreza y atraso serán difíciles. Pese a la desconfianza que en Colombia genera cualquier gobierno, a la percepción sobre altos niveles de corrupción y a la poca eficacia del aparato burocrático, no se pueden desconocer los avances sociales que ha registrado Colombia en las últimas décadas. Pero, así como es necesario perseguir y castigar la corrupción y mejorar la eficiencia del aparato estatal, es crucial la contribución de todos los ciudadanos a la financiación del Estado.

Como bien señala (Murphy, 2015; p. 13), “después de todo, son los impuestos los que definen en gran parte lo que un Estado cree que puede hacer. Y es el consentimiento del pueblo a ese proceso de tributación lo que a su vez limita o empodera su capacidad para actuar. Sin ese consentimiento, se restringe la forma en que un Estado puede proteger y proveer a quienes se encuentran dentro de sus fronteras”.

Aun cuando sea cierto que los impuestos no le gustan a nadie, por contraste, a la gente sí le gusta, y mucho, recibir los beneficios del gasto público. Daniel Loewe (2020) afirma que ese tipo de actitudes muestran que en nuestras sociedades se manifiesta una “lógica paraconsistente”; parafraseando a Loewe, queremos que el Estado nos garantice la salud, aumente las UCI, nos provea las vacunas gratuitas, nos dé transferencias monetarias… pero no queremos un Estado que nos limite la libertad mediante cuarentenas ni que nos cobre impuestos para pagar los gastos que ha tenido que hacer para evitar una tragedia de mayores proporciones.

Simplemente, se nos olvida que en economía no hay almuerzo gratis.

Referencias

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Comisión de Expertos en Beneficios Tributarios (2021). Informe final presentado al Ministro de Hacienda y Crédito Público. Bogotá, marzo.

Comisión de Expertos para la Equidad y la Competitividad Tributaria (2015). Informe Final Presentado al Ministro de Hacienda y Crédito Público. Primera edición, Fedesarrollo, Bogotá, diciembre de 2016.

Comisión del Gasto y la Inversión Pública (2017). Informe final. Primera edición, Fedesarrollo, Bogotá, marzo de 2018.

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Loewe, Daniel (2020). Ética y coronavirus. Ediciones Fondo de Cultura Económica. Primera reimpresión FCE Colombia, Bogotá, agosto.

López, J. I. (2021). “¿Necesitamos una reforma fiscal?”. Presentación en PowerPoint en el foro de Anif “Ahora sí llegó el momento de la reforma fiscal”; 7 de abril.

Ministerio de Hacienda (2020). “Presupuesto General de la Nación 2021”. Ministerio de Hacienda y Crédito Público, Presentación en PowerPoint a las comisiones económicas conjuntas, 19 de agosto.

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Murphy, R. (2015). The Joy of Tax. How a fair tax system can create a better society. Penguin Random House; London, Great Britain.

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viernes, 5 de marzo de 2021

LOS POLÍTICOS Y LA PANDEMIA

 

Ideas Sueltas No. 2, 5 de marzo de 2021 

Un artículo reciente del historiador israelí Yuval Noah Harari (2021) concluye que los culpables de la magnitud que alcanzó la pandemia del covid-19 son los políticos. Esgrime que la humanidad cuenta con las herramientas para haber tenido un mayor control y evitar la muerte de muchas de las víctimas.

Su hipótesis es provocadora y sus argumentos sólidos. Sin embargo, en la parte argumental hay elementos que no son generalizables, teniendo en cuenta las características de las economías en desarrollo y hay otros aspectos que se pueden ampliar y complementar.

En este documento se presentan los argumentos centrales de Harari y se comentan algunos aspectos que hacen diferente la situación en las economías emergentes y en desarrollo. En el fondo de los debates sobre los impactos de la pandemia está la pretendida dicotomía entre salud y economía; por eso, antes de abordar los temas mencionados, se presentan algunas ideas sobre esta dicotomía. Esto contribuye a ver la importancia de los planteamientos de Harari (2021).

Decisiones trágicas

La pretendida dicotomía entre salud y economía surge de las medidas de política pública que adoptó la mayor parte de los países para mitigar los impactos de la pandemia, consistentes en cuarentenas, cierres de fronteras y restricciones a la movilidad, que pararon la economía y sumieron al mundo en la peor crisis desde la Gran Depresión o la Segunda Guerra Mundial.

El filósofo chileno Daniel Loewe (2020; p. 14) califica tales medidas como “decisiones trágicas”, “es decir, dimensiones en que siempre se obtendrá una pérdida. Algunos bienes solo se pueden alcanzar a costa de otros. En ocasiones, el mejor de los mundos es el menos malo…”. Esto significa que ante la pandemia una opción extrema es no hacer nada para no frenar la economía, en cuyo caso se maximizan los contagios y la mortalidad, pero se podría alcanzar relativamente rápido la inmunidad del rebaño. En este escenario se debe tener en cuenta que no hay tratamiento conocido para el covid-19 y que apenas desde finales de 2020 fue posible empezar a aplicar las primeras vacunas; además, la pandemia demostró que ante su magnitud ningún país del mundo tenía la infraestructura de salud necesaria para evitar el colapso, por la creciente afluencia de contagiados que requerían hospitalización y unidades de cuidados intensivos. La otra opción extrema es una cuarentena obligatoria e indefinida que paraliza la economía; en este escenario se minimizan los contagios y las muertes y probablemente se rompe la cadena de contagios, pero no se sabe durante cuánto tiempo se debe cerrar la economía, subsiste la posibilidad de nuevos brotes y además se genera una catástrofe económica y social. Se pone así de manifiesto que los hacedores de políticas enfrentaron en 2020 un reto de enormes magnitudes, pues ninguno de dos extremos es deseable.

Aun cuando se ha debatido ampliamente, cabe recordar que hay una cadena de efectos entre salud y economía, que se deben tener presentes en cualquier discusión sobre el tema.

Desde la óptica de los epidemiólogos, el aislamiento, las cuarentenas y el distanciamiento social son herramientas eficientes para frenar los contagios, y disminuir su velocidad para evitar el colapso de los sistemas de salud. Pero las consecuencias económicas son severas y llevan a la parálisis total de diversas actividades; se despiden trabajadores y quiebran empresas; se afectan los bancos porque no pueden recuperar las carteras de hogares y empresas; y las bolsas de valores se deprimen, impactando inversionistas como los fondos de pensiones. La pérdida de ingresos, por desempleo o por reducciones de horas trabajadas y de sueldos, deteriora el bienestar de las familias, frena la demanda y lleva al incumplimiento de obligaciones como los créditos y los pagos de matrículas escolares, por lo que pueden perder parte de su patrimonio y tener que suspender la educación de los hijos; luego caen los ingresos del gobierno por tributación y se menguan los recursos disponibles para hacer frente a la pandemia y moderar sus impactos en la economía. Las calificadoras degradan los bonos del gobierno lo que cierra o encarece el acceso a la financiación del déficit fiscal.

Una consecuencia que han resaltado diversos organismos multilaterales, como la Cepal y la OIT (2020), es el impacto negativo sobre la pobreza y el ingreso per cápita. Según esos organismos, la pobreza en América Latina y el Caribe retrocederá al nivel de hace 10 años, igual que el ingreso per cápita. Además, recuperar el nivel del PIB que tenían las economías al terminar 2019, estará en función del ritmo de crecimiento que se logre en la postpandemia; en los escenarios previstos, esto podría tardar tres años con una tasa de crecimiento del 3,0% o más de 10 años si creciera al 0,4% anual que fue la tasa observada en los seis años anteriores a la pandemia.

De forma complementaria, el World Bank (2021) llamó la atención sobre los efectos indeseables que se generan con los cierres de los sistemas educativos, especialmente teniendo en cuenta que fueron más prolongados en las economías emergentes y en desarrollo que en las desarrolladas. En primer lugar, la disponibilidad de computadores y acceso a internet es superior en los estudiantes de los países desarrollados que en los países en desarrollo; en segundo lugar, esa disponibilidad es muy desigual entre los estudiantes de estratos de mayores ingresos y los de menores ingresos en cada grupo de países; y en tercer lugar, los niveles de educación diferentes a la superior no estaban en su mayoría preparados para la educación virtual; los docentes de la educación básica tuvieron que improvisar haciendo transmisiones con las mismas metodologías de la educación presencial, lo que tiene repercusiones en la calidad de la formación, en detrimento de los países en desarrollo y de los grupos más pobres de la población. Las consecuencias se observan en el corto plazo con la deserción escolar a todos los niveles y a mediano plazo con la reducción del PIB potencial de las economías.

Además de estos factores puramente económicos, Loewe (2020, p. 36) menciona la bibliografía que resalta los impactos del desempleo en reducción de la esperanza de vida, el aumento de la mortalidad y el desarrollo de enfermedades del cuerpo y de la mente como consecuencia del confinamiento. Por otra parte, en el propio campo de la salud “se suspenden operaciones no esenciales y se dificulta el acceso a la realización de exámenes y tratamientos médicos…. Además, el encierro produce estrés, ansiedad. Se aprecia un aumento importante de la violencia de género y se prevé un aumento considerable de los abusos sexuales… Y como siempre, los que pertenecen a los grupos más desaventajados tienen más oportunidad de sufrir estos efectos. No es lo mismo estar confinado en una vivienda que ofrece ciertas comodidades que en una situación de hacinamiento… En definitiva, los efectos del cierre total, el lockdown, calan hondo en la propia vida, y afectan desproporcionadamente a ciertos sectores de la población. Como es bien sabido, es peligroso ser pobre”.

Las conclusiones a las que arriba Daniel Loewe sobre los efectos de la pandemia son obvias y dramáticas: “Si usted la toma en serio, entonces ya no puede, al menos de modo irreflexivo, sostener lemas como que la protección de la vida amenazada por la enfermedad debe estar por sobre cualquier otra consideración. A fin de cuentas, entre muchas cosas, también la vida se ve amenazada por las medidas para lidiar con el coronavirus” (Loewe, 2021; p. 37).

Argumentos de Harari

Harari (2021) parte de afirmar que mientras en las grandes pandemias anteriores la humanidad fue doblegada por la naturaleza, hoy la situación es muy diferente, contrario a lo que piensan muchos analistas, pues se cuenta con las herramientas para tener un mayor control y mitigar los impactos económicos y sociales.

Para ilustrarlo, contrasta la gripe española de 1918 con el covid-19. En el primer caso, los científicos no pudieron identificar el virus que la ocasionó, diversas medidas adoptadas fueron inútiles y no se logró desarrollar una vacuna eficaz. En el segundo, los primeros contagios se detectaron en diciembre de 2019, pero ya a comienzos de enero se tenía identificado el virus, se había hecho la secuenciación del genoma y la información se había difundido a la comunidad científica mundial; además se adoptaron medidas que lograron mitigar los impactos, reducir la velocidad de contagio y evitar el colapso de los sistemas de salud en la mayor parte del mundo; por último, en menos de un año se habían desarrollado no una sino varias vacunas eficaces.

En el campo de la ciencia es notable el haber logrado desarrollar vacunas en tan corto tiempo. Pero ello ha generado escepticismo por parte de diversos analistas, incluidos médicos, y de un buen porcentaje de la población en general, que promueven la no vacunación porque según su percepción no hay evidencia sobre la eficacia y los efectos secundarios, además de tener infundados temores sobre los efectos en el ADN de cada individuo. Según la científica húngara Katalin Karikó, una de las creadoras de las nuevas vacunas, en alguna medida esos temores son razonables, aun cuando infundados, “porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo, contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras. El ARN mensajero que usamos tiene la misma composición que el que fabricas tú mismo, en tus propias células. Es algo completamente natural y se hace a partir de nucleótidos de plantas. No hay nada extra desconocido y no se usan células de ningún animal, ni bacterias, nada” (Domínguez, 2020).

Según Zimmer, Corum y Wee (2021), a la fecha hay 71 vacunas en ensayos clínicos con humanos y 20 ya llegaron a las etapas finales; indican que hay seis vacunas aprobadas para “uso completo” y otras seis autorizadas para uso “limitado”. De ellas ya se están comercializando a nivel global las de Pfizer-BioNTech, Moderna, Gamaleya (Sputnik V), Oxford-AstraZeneca, Johnson & Johnson y Sinovac.

Además del avance científico, Harari (2021) afirma que la economía tiene características muy distintas a las de las epidemias anteriores, de forma que las “decisiones trágicas” serían de menor impacto relativo en la actividad productiva.

Lo primero que destaca es el desarrollo de las tecnologías de la información que han hecho posible el rastreo y la vigilancia digital, que hicieron viable la implementación de las cuarentenas focalizadas.

El análisis por sectores de la producción muestra que en la agricultura solo trabaja el 1,5% de la fuerza laboral en países como Estados Unidos, y ellos producen no solo lo necesario para el mercado interno (330 millones de habitantes) sino también para la exportación; por contraste, en la época de la peste negra hasta el 90% de la población estaba dedicada a la agricultura (gráfico 1). La tecnología explica esa enorme diferencia: “Una sola cosechadora guiada por GPS puede cosechar todo el campo con una eficiencia mucho mayor y con cero posibilidades de infección. Mientras que en 1349 un campesino promedio cosechaba alrededor de 5 bushels por día, en 2014 una cosechadora estableció un récord al cosechar 30,000 bushels en un día” (Harari, 2021).



El comercio tradicionalmente estuvo asociado con la dispersión de las epidemias. En el caso de la peste negra de 1346 el bacilo yersenia pestis se movió desde Asia en las caravanas de comercio a través de la Ruta de la Seda y entró a Europa en barcos genoveses. En el mundo actual, es indiscutible que la globalización hace que un virus pueda desplazarse de un extremo al otro del mundo en unos pocos días, pero las restricciones a la movilidad no llevarían a una parálisis completa de la actividad comercial. Harari (2021) lo ilustra comparando el cambio en las capacidades de movilización de carga y el número de personas necesarias entre el siglo XIV y el XXI: “En 1582, la flota mercante inglesa tenía una capacidad de carga total de 68.000 toneladas y requería unos 16.000 marineros. El buque portacontenedores OOCL Hong Kong, bautizado en 2017, puede transportar unas 200.000 toneladas y requiere una tripulación de solo 22”.

El historiador afirma que los turistas, afectados por las restricciones, se pueden quedar en sus casas, mientras que los hombres de negocios continúan sus labores mediante las diversas alternativas de comunicación virtual. Concluye afirmando que la evidencia está en las cifras que muestran cómo el volumen del comercio internacional de bienes solo cayó alrededor del 4% en 2020, aun cuando el de servicios como el turismo se desplomó.

Un aspecto adicional a tener en cuenta es que las tecnologías de la información hicieron posible el teletrabajo y la educación virtual, a los que se acomodaron rápidamente una gran proporción de los trabajadores, especialmente de las áreas administrativas y de servicios; incluso eventos como los congresos y simposios se realizan hoy de manera virtual. Esa opción no existió para ninguna de las grandes pandemias anteriores.

Es claro que no todos los sectores de la actividad económica cuentan con las herramientas para absorber gran parte del choque. Específicamente aquellos servicios que implican la aglomeración o flujos continuos de personas, como el turismo, los conciertos, los cines, los bares y discotecas, entre otros, están sufriendo todo el impacto de las restricciones y muchas empresas se han visto forzadas a cerrar sus negocios de forma definitiva y a despedir los trabajadores.

Con estos argumentos, Harari (2021) concluye que las cuarentenas y las medidas de restricción combinadas con la aplicación de las tecnologías de la información han podido propiciar un menor impacto en contagios y en vidas humanas, así como una menor dispersión del virus.

Problema del subdesarrollo

Sin duda, los argumentos de Harari son fuertes. Pero es necesario incorporar las limitaciones del mundo en desarrollo en el que las “decisiones trágicas” tienen un mayor impacto.

En el gráfico 2 se observa que hay una notable diferencia en la participación de la mano de obra en la agricultura en las economías desarrolladas y en las economías en desarrollo. En Colombia la participación es del orden del 16% y en los tres socios comerciales de la Comunidad Andina es superior al 27%. En los bloques de economías en desarrollo incluidos en el gráfico esos porcentajes son todavía mayores. Pero, se debe tener en cuenta que mientras que Estados Unidos y la Zona Euro representan el 8,8% de la población mundial, los países de ingreso bajo y los de ingreso medio bajo son el 49,1%. Adicionalmente los niveles de mecanización de la agricultura en las economías en desarrollo son muy bajos por su topografía, bajos ingresos y tamaños medios de las explotaciones.


Otro aspecto que es fundamental en el análisis es la elevada informalidad en las economías en desarrollo. Según Quiros-Romero, Alexander y Ribarsky (2021) la informalidad laboral en las economías emergentes es del 67% y en las economías en desarrollo del 90% (gráfico 3); como se observa, en todos los grupos, es muy superior la informalidad en las áreas rurales.



La alta informalidad hace que las medidas de restricción sean menos efectivas en las economías emergentes y en desarrollo (Vlaicu y Perilla, 2020). Esto se puede ilustrar con el caso de Colombia, que tiene una informalidad laboral del 62%. Para mitigar el impacto de las cuarentenas el gobierno creó el ingreso solidario, mediante el cual se entregan $160.000 mensuales a cada familia que no estuviera beneficiada por otros programas de transferencias monetarias de la política social; pero ese es un ingreso insuficiente para mantener una familia y por esta razón los trabajadores informales empezaron a retornar a las calles antes de que se levantaran las restricciones.

Vlaicu y Perilla (2020) mencionan otros factores que en el caso de América Latina repercuten en la menor efectividad de los confinamientos. Uno de ellos es la baja confianza de la sociedad en los gobiernos en algunos países; aun cuando no mencionan nombres, es evidente que las posiciones de los presidentes de Brasil y México han dado lugar a actitudes en las que la población no acata cabalmente las decisiones de restricción.

Enriquez, Rojas y Centeno (2020) aportan elementos adicionales relacionados con la desigualdad, que se reflejan, por ejemplo, en la calidad de los servicios de salud a los que tienen acceso los enfermos. Según estos autores, en el caso de Chile en los hospitales privados, que son más costosos, la tasa de sobrevivencia de los pacientes con covid-19 duplicó la observada en los hospitales públicos, a los que accede la población de menos recursos.

En síntesis, son numerosos los aspectos que hacen que las “decisiones trágicas” tengan mayor impacto en las economías en desarrollo que en las desarrolladas. A pesar de las cuarentenas, los cierres de fronteras y las restricciones a la movilidad, América Latina fue una de las regiones más afectadas por el covid-19. En ese contexto, los argumentos de Harari lucen débiles para generalizarlas al mundo, aun cuando tendrían plena vigencia en el caso de las economías más avanzadas.

Culpa de los políticos

De acuerdo con los planteamientos de Harari (2021) los avances de la ciencia, la cooperación global de las comunidades científicas, el desarrollo de las tecnologías de la información y las aplicaciones tecnológicas a los sectores productivos son elementos que permitirían a la humanidad tener bajo control el covid-19. Pero lo observado evidencia que eso no ha ocurrido y por eso se registró una segunda ola de la pandemia y no se descarta la posibilidad de ocurrencia de una tercera; el resultado es el contagio de un porcentaje más alto de la población y un número de muertes superior al que se tendría que haber registrado, aun cuando se mantiene muy lejos del observado durante la gripe española. La explicación radica en las malas decisiones de los políticos.

Con las herramientas que brindan la ciencia y la tecnología, son los políticos los que tienen que adoptar las decisiones que generen un “equilibrio” entre los efectos esperados en la salud, la economía y las variables sociales; de igual forma, deben buscar “equilibrios” entre la aplicación de tecnologías para el seguimiento y rastreo y la intimidad de las personas; y, con mayor debate, el “equilibrio” entre las diferentes medidas de restricción y la libertad individual. Son las “decisiones trágicas” a las que se ha hecho referencia; los costos sociales, económicos y políticos de cualquier opción pueden ser altos.

Pero frente a esas decisiones lo que ocurrió es que políticos como Trump y Bolsonaro se negaron a reconocer el problema, a escuchar a los científicos y adoptar los correctivos necesarios. Por eso Harari (2021) afirma que “la negligencia e irresponsabilidad de las administraciones de Trump y Bolsonaro han resultado en cientos de miles de muertes evitables”; además, sostiene que los gobiernos de Israel y Gran Bretaña también incurrieron en errores de juicio que han sido muy costosos.

El gran problema ha sido la ausencia de liderazgo mundial y la “falta de sabiduría política”. A diferencia de la cooperación entre científicos, “los políticos no han logrado formar una alianza internacional contra el virus ni acordar un plan global”. En cambio, lo que se ha visto son conflictos por la escasez de equipos médicos, “nacionalismo” en la provisión de las vacunas y falta de entendimiento sobre el beneficio colectivo de lograr una vacunación equitativa, en la que los países de menores ingresos también tengan acceso a las vacunas.

En este punto hay coincidencia con lo formulado en Avendaño (2021) con relación al problema del liderazgo de los políticos que están frente a los gobiernos de los países. Ese problema se refleja en la inoperancia de grupos como el G-7 o la convocatoria a bloques más amplios de países para afrontar la pandemia. Pero a eso hay que adicionar la falta de liderazgo de los políticos al frente de los organismos multilaterales que fueron creados para afrontar los problemas globales; ni la OMS, ni la OMC ni las Naciones Unidas han tenido la capacidad de aunar esfuerzos frente a la emergencia sanitaria.

Supongamos por un momento un escenario hipotético en el que nuevamente nos ubicamos en enero de 2020. Pensemos qué habría ocurrido si el gobierno de China hubiera tenido la honestidad de comunicar desde un principio la existencia de un virus nuevo y potencialmente peligroso. Y qué hubiera pasado si Estados Unidos hubiera tenido un presidente con liderazgo global, capaz de convocar al G-7 o al G-20 y conformar equipos internacionales en conjunto con la OMS para diseñar estrategias de contención de la pandemia. Además, supongamos que la Unión Europea también estuviera muy fortalecida y brindara todo su apoyo a los países del acuerdo de integración más afectados; por ejemplo, podrían haber activado equipos interdisciplinarios de emergencia para desplazarse a Italia y España, así como haber enviado materiales y ventiladores suficientes para evitar el colapso del sistema de salud. En ese contexto la cooperación científica que ya mencionamos hubiera contado con mayor respaldo. También se hubieran podido tomar medidas de aislamiento de China que impidieran el contagio global o al menos lo hubieran minimizado, como ocurrió con el brote de ébola en algunos países africanos hace unos años. Por último, se habrían canalizado ingentes recursos de gobiernos y donantes privados para darle toda la potencia al programa Covax, coordinado por una OMS con un liderazgo muy fuerte y activo; a su vez, este organismo habría provisto de recursos a los proyectos de vacunas más prometedores.

La conclusión de esta hipotética situación es que el avance científico y la modernización de la producción que destaca Harari (2021) hubiera dado pie a la primera ocasión en la historia en que se neutraliza una gran pandemia y se logra tener bajo control un virus tan contagioso; se hubieran evitado miles de muertes, muchas quiebras de empresas, millones de desempleos y los problemas de pobreza y más desigualdad que impactaron con más fuerza a las economías de menores niveles de desarrollo. Adicionalmente, Covax sería el gran comprador mundial de vacunas y esto habría debilitado la posición dominante que hoy tienen las farmacéuticas. Por último, se hubiera evitado la guerra de las vacunas y se tendría una distribución más equitativa de ellas entre todos los países.

En la gran conclusión de Harari se deben incluir los políticos locales. En el caso de Colombia se ha observado que los mandatarios de los departamentos y las regiones han agravado la situación con decisiones erráticas y contradictorias, y con la falta de coordinación con otros mandatarios para moderar los impactos sobre los encadenamientos productivos. Además, ha sido evidente que muchos alcaldes y gobernadores han sido complacientes con el retorno de los negocios informales a las calles sin el cumplimiento de protocolos, con las aglomeraciones de festividades navideñas, ferias regionales y celebraciones deportivas, y con los cambios de posición ante la presión de las manifestaciones públicas de diversos grupos sociales. Obviamente no se pregonan las dictaduras, pero sí la coherencia de las decisiones y la coordinación y cooperación entre gobernantes regionales.

Por último, es preciso incorporar la inoperancia de las cadenas de decisión de las políticas públicas, en las que las burocracias tanto públicas como privadas han sido un factor clave. El gobierno de Colombia fue uno de los que reaccionó de forma más rápida ante la inminente llegada del virus y en términos generales las políticas diseñadas y adoptadas fueron adecuadas; pero entre el diseño y la ejecución de las políticas hay un largo trecho en el que se diluyen las responsabilidades y se pierde la dimensión de urgencia y de obligatoria aplicación.

Un ejemplo de esto es el PRASS, por las iniciales de Pruebas, Rastreo, y Aislamiento Selectivo Sostenible, mediante el cual se establece un programa para romper la cadena de contagios. En la práctica su operación ha sido muy baja porque los empleados de las EPS no han entendido cabalmente la importancia y la urgencia de hacer el rastreo cuando se detecta un contagio. Son múltiples las denuncias que se hacen por los medios de comunicación en los que se reportan casos de no atención a las solicitudes de pruebas por parte de afiliados que sienten que tienen los síntomas del covid-19; otros en los que se denuncian los tiempos excesivos en la entrega de los resultados de las pruebas; y además, muchos en los que se evidencia que no hay ni las recomendaciones de aislamiento de los contagiados ni intentos de establecer las listas de las personas con las que tuvieron contactos en los días recientes.

Final

De lo expuesto queda claro que la pandemia es una situación que plantea a los hacedores de las políticas públicas “decisiones trágicas” en las que tienen que buscar equilibrios complejos por la diversidad de variables que implica la emergencia sanitaria.

Es claro que la dicotomía salud – economía es falsa, pues las propias medidas restrictivas para proteger la salud como medio para afrontar la pandemia requieren de una economía funcionando y no de una economía quebrada.

Los argumentos de Harari (2021) sobre el desarrollo de la ciencia, la cooperación científica y la modernización económica para mostrar que la humanidad tiene el potencial de dominar la pandemia son correctos, pero tienen limitaciones en lo que respecta a las características económicas de los países en desarrollo que hacen más difícil aplicar las restricciones y minimizar sus impactos.

Por último, es importante la conclusión de Harari (2021) sobre la responsabilidad de los políticos en la incapacidad de la humanidad para haber contenido y controlado la expansión de la pandemia, así como sus impactos en mortalidad y daño económico y social.

Aún hay espacio para una cooperación política internacional que abra al mundo la posibilidad de superar la pandemia disminuyendo los riesgos que subsisten. Mantener la guerra de las vacunas va en detrimento no solo de las economías pobres que no pueden acceder a ellas, sino de los propios países desarrollados, pues las mutaciones del virus en las primeras pueden generar nuevas olas para las cuales las vacunas potencialmente podrían resultar ineficaces.

Referencias

Avendaño, Hernán (2021). “Covid-19 versus viruela. Historias paralelas”. IDEAS SUELTAS, No. 1, 15 de febrero, Fasecolda.

Cepal y OIT (2020). “La dinámica laboral en una crisis de características inéditas: desafíos de políticas”. Informe de Coyuntura Laboral en Amércia Latina y el Caribe, No. 23. Presentación realizada por Alicia Bárcena y Vinicius Pinheiro, el 10 de noviembre.

Domínguez, Nuño (2020). “La madre de la vacuna contra la covid: “En verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. El País, 27 de diciembre.

Enriquez, Diana; Rojas, Sebastián y Centeno, Miguel A. (2020). “La pesadilla del COVID-19 en América Latina”. Foreign Affairs, 1 de septiembre.

Harari, Yuval Noah (2021). “Lessons from a year of Covid”. Financial Times, February 26, 2021.

Loewe, Daniel (2020). Ética y coronavirus. Ediciones Fondo de Cultura Económica. Primera reimpresión FCE Colombia, Bogotá, agosto.

Quiros-Romero, Gabriel; Alexander, Thomas F. y Ribarsky, Jennifer (2020). “Measuring the Informal Economy”. IMF Policy Paper, February.

Vlaicu, Razvan y Perilla, Sergio (2020). “¿Han resultado efectivos los confinamientos en América Latina?”. Blog BID Ideas que cuentan, 27 de agosto.

World Bank (2021). Global Economic Prospects. International Bank for Reconstruction and Development. Washington, January.

Zimmer, Carl; Corum, Jonathan; y Wee, Sui-Lee (2021). “Coronavirus Vaccine Tracker”. The New York Times, March, 2.

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