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viernes, 5 de marzo de 2021

LOS POLÍTICOS Y LA PANDEMIA

 

Ideas Sueltas No. 2, 5 de marzo de 2021 

Un artículo reciente del historiador israelí Yuval Noah Harari (2021) concluye que los culpables de la magnitud que alcanzó la pandemia del covid-19 son los políticos. Esgrime que la humanidad cuenta con las herramientas para haber tenido un mayor control y evitar la muerte de muchas de las víctimas.

Su hipótesis es provocadora y sus argumentos sólidos. Sin embargo, en la parte argumental hay elementos que no son generalizables, teniendo en cuenta las características de las economías en desarrollo y hay otros aspectos que se pueden ampliar y complementar.

En este documento se presentan los argumentos centrales de Harari y se comentan algunos aspectos que hacen diferente la situación en las economías emergentes y en desarrollo. En el fondo de los debates sobre los impactos de la pandemia está la pretendida dicotomía entre salud y economía; por eso, antes de abordar los temas mencionados, se presentan algunas ideas sobre esta dicotomía. Esto contribuye a ver la importancia de los planteamientos de Harari (2021).

Decisiones trágicas

La pretendida dicotomía entre salud y economía surge de las medidas de política pública que adoptó la mayor parte de los países para mitigar los impactos de la pandemia, consistentes en cuarentenas, cierres de fronteras y restricciones a la movilidad, que pararon la economía y sumieron al mundo en la peor crisis desde la Gran Depresión o la Segunda Guerra Mundial.

El filósofo chileno Daniel Loewe (2020; p. 14) califica tales medidas como “decisiones trágicas”, “es decir, dimensiones en que siempre se obtendrá una pérdida. Algunos bienes solo se pueden alcanzar a costa de otros. En ocasiones, el mejor de los mundos es el menos malo…”. Esto significa que ante la pandemia una opción extrema es no hacer nada para no frenar la economía, en cuyo caso se maximizan los contagios y la mortalidad, pero se podría alcanzar relativamente rápido la inmunidad del rebaño. En este escenario se debe tener en cuenta que no hay tratamiento conocido para el covid-19 y que apenas desde finales de 2020 fue posible empezar a aplicar las primeras vacunas; además, la pandemia demostró que ante su magnitud ningún país del mundo tenía la infraestructura de salud necesaria para evitar el colapso, por la creciente afluencia de contagiados que requerían hospitalización y unidades de cuidados intensivos. La otra opción extrema es una cuarentena obligatoria e indefinida que paraliza la economía; en este escenario se minimizan los contagios y las muertes y probablemente se rompe la cadena de contagios, pero no se sabe durante cuánto tiempo se debe cerrar la economía, subsiste la posibilidad de nuevos brotes y además se genera una catástrofe económica y social. Se pone así de manifiesto que los hacedores de políticas enfrentaron en 2020 un reto de enormes magnitudes, pues ninguno de dos extremos es deseable.

Aun cuando se ha debatido ampliamente, cabe recordar que hay una cadena de efectos entre salud y economía, que se deben tener presentes en cualquier discusión sobre el tema.

Desde la óptica de los epidemiólogos, el aislamiento, las cuarentenas y el distanciamiento social son herramientas eficientes para frenar los contagios, y disminuir su velocidad para evitar el colapso de los sistemas de salud. Pero las consecuencias económicas son severas y llevan a la parálisis total de diversas actividades; se despiden trabajadores y quiebran empresas; se afectan los bancos porque no pueden recuperar las carteras de hogares y empresas; y las bolsas de valores se deprimen, impactando inversionistas como los fondos de pensiones. La pérdida de ingresos, por desempleo o por reducciones de horas trabajadas y de sueldos, deteriora el bienestar de las familias, frena la demanda y lleva al incumplimiento de obligaciones como los créditos y los pagos de matrículas escolares, por lo que pueden perder parte de su patrimonio y tener que suspender la educación de los hijos; luego caen los ingresos del gobierno por tributación y se menguan los recursos disponibles para hacer frente a la pandemia y moderar sus impactos en la economía. Las calificadoras degradan los bonos del gobierno lo que cierra o encarece el acceso a la financiación del déficit fiscal.

Una consecuencia que han resaltado diversos organismos multilaterales, como la Cepal y la OIT (2020), es el impacto negativo sobre la pobreza y el ingreso per cápita. Según esos organismos, la pobreza en América Latina y el Caribe retrocederá al nivel de hace 10 años, igual que el ingreso per cápita. Además, recuperar el nivel del PIB que tenían las economías al terminar 2019, estará en función del ritmo de crecimiento que se logre en la postpandemia; en los escenarios previstos, esto podría tardar tres años con una tasa de crecimiento del 3,0% o más de 10 años si creciera al 0,4% anual que fue la tasa observada en los seis años anteriores a la pandemia.

De forma complementaria, el World Bank (2021) llamó la atención sobre los efectos indeseables que se generan con los cierres de los sistemas educativos, especialmente teniendo en cuenta que fueron más prolongados en las economías emergentes y en desarrollo que en las desarrolladas. En primer lugar, la disponibilidad de computadores y acceso a internet es superior en los estudiantes de los países desarrollados que en los países en desarrollo; en segundo lugar, esa disponibilidad es muy desigual entre los estudiantes de estratos de mayores ingresos y los de menores ingresos en cada grupo de países; y en tercer lugar, los niveles de educación diferentes a la superior no estaban en su mayoría preparados para la educación virtual; los docentes de la educación básica tuvieron que improvisar haciendo transmisiones con las mismas metodologías de la educación presencial, lo que tiene repercusiones en la calidad de la formación, en detrimento de los países en desarrollo y de los grupos más pobres de la población. Las consecuencias se observan en el corto plazo con la deserción escolar a todos los niveles y a mediano plazo con la reducción del PIB potencial de las economías.

Además de estos factores puramente económicos, Loewe (2020, p. 36) menciona la bibliografía que resalta los impactos del desempleo en reducción de la esperanza de vida, el aumento de la mortalidad y el desarrollo de enfermedades del cuerpo y de la mente como consecuencia del confinamiento. Por otra parte, en el propio campo de la salud “se suspenden operaciones no esenciales y se dificulta el acceso a la realización de exámenes y tratamientos médicos…. Además, el encierro produce estrés, ansiedad. Se aprecia un aumento importante de la violencia de género y se prevé un aumento considerable de los abusos sexuales… Y como siempre, los que pertenecen a los grupos más desaventajados tienen más oportunidad de sufrir estos efectos. No es lo mismo estar confinado en una vivienda que ofrece ciertas comodidades que en una situación de hacinamiento… En definitiva, los efectos del cierre total, el lockdown, calan hondo en la propia vida, y afectan desproporcionadamente a ciertos sectores de la población. Como es bien sabido, es peligroso ser pobre”.

Las conclusiones a las que arriba Daniel Loewe sobre los efectos de la pandemia son obvias y dramáticas: “Si usted la toma en serio, entonces ya no puede, al menos de modo irreflexivo, sostener lemas como que la protección de la vida amenazada por la enfermedad debe estar por sobre cualquier otra consideración. A fin de cuentas, entre muchas cosas, también la vida se ve amenazada por las medidas para lidiar con el coronavirus” (Loewe, 2021; p. 37).

Argumentos de Harari

Harari (2021) parte de afirmar que mientras en las grandes pandemias anteriores la humanidad fue doblegada por la naturaleza, hoy la situación es muy diferente, contrario a lo que piensan muchos analistas, pues se cuenta con las herramientas para tener un mayor control y mitigar los impactos económicos y sociales.

Para ilustrarlo, contrasta la gripe española de 1918 con el covid-19. En el primer caso, los científicos no pudieron identificar el virus que la ocasionó, diversas medidas adoptadas fueron inútiles y no se logró desarrollar una vacuna eficaz. En el segundo, los primeros contagios se detectaron en diciembre de 2019, pero ya a comienzos de enero se tenía identificado el virus, se había hecho la secuenciación del genoma y la información se había difundido a la comunidad científica mundial; además se adoptaron medidas que lograron mitigar los impactos, reducir la velocidad de contagio y evitar el colapso de los sistemas de salud en la mayor parte del mundo; por último, en menos de un año se habían desarrollado no una sino varias vacunas eficaces.

En el campo de la ciencia es notable el haber logrado desarrollar vacunas en tan corto tiempo. Pero ello ha generado escepticismo por parte de diversos analistas, incluidos médicos, y de un buen porcentaje de la población en general, que promueven la no vacunación porque según su percepción no hay evidencia sobre la eficacia y los efectos secundarios, además de tener infundados temores sobre los efectos en el ADN de cada individuo. Según la científica húngara Katalin Karikó, una de las creadoras de las nuevas vacunas, en alguna medida esos temores son razonables, aun cuando infundados, “porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo, contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras. El ARN mensajero que usamos tiene la misma composición que el que fabricas tú mismo, en tus propias células. Es algo completamente natural y se hace a partir de nucleótidos de plantas. No hay nada extra desconocido y no se usan células de ningún animal, ni bacterias, nada” (Domínguez, 2020).

Según Zimmer, Corum y Wee (2021), a la fecha hay 71 vacunas en ensayos clínicos con humanos y 20 ya llegaron a las etapas finales; indican que hay seis vacunas aprobadas para “uso completo” y otras seis autorizadas para uso “limitado”. De ellas ya se están comercializando a nivel global las de Pfizer-BioNTech, Moderna, Gamaleya (Sputnik V), Oxford-AstraZeneca, Johnson & Johnson y Sinovac.

Además del avance científico, Harari (2021) afirma que la economía tiene características muy distintas a las de las epidemias anteriores, de forma que las “decisiones trágicas” serían de menor impacto relativo en la actividad productiva.

Lo primero que destaca es el desarrollo de las tecnologías de la información que han hecho posible el rastreo y la vigilancia digital, que hicieron viable la implementación de las cuarentenas focalizadas.

El análisis por sectores de la producción muestra que en la agricultura solo trabaja el 1,5% de la fuerza laboral en países como Estados Unidos, y ellos producen no solo lo necesario para el mercado interno (330 millones de habitantes) sino también para la exportación; por contraste, en la época de la peste negra hasta el 90% de la población estaba dedicada a la agricultura (gráfico 1). La tecnología explica esa enorme diferencia: “Una sola cosechadora guiada por GPS puede cosechar todo el campo con una eficiencia mucho mayor y con cero posibilidades de infección. Mientras que en 1349 un campesino promedio cosechaba alrededor de 5 bushels por día, en 2014 una cosechadora estableció un récord al cosechar 30,000 bushels en un día” (Harari, 2021).



El comercio tradicionalmente estuvo asociado con la dispersión de las epidemias. En el caso de la peste negra de 1346 el bacilo yersenia pestis se movió desde Asia en las caravanas de comercio a través de la Ruta de la Seda y entró a Europa en barcos genoveses. En el mundo actual, es indiscutible que la globalización hace que un virus pueda desplazarse de un extremo al otro del mundo en unos pocos días, pero las restricciones a la movilidad no llevarían a una parálisis completa de la actividad comercial. Harari (2021) lo ilustra comparando el cambio en las capacidades de movilización de carga y el número de personas necesarias entre el siglo XIV y el XXI: “En 1582, la flota mercante inglesa tenía una capacidad de carga total de 68.000 toneladas y requería unos 16.000 marineros. El buque portacontenedores OOCL Hong Kong, bautizado en 2017, puede transportar unas 200.000 toneladas y requiere una tripulación de solo 22”.

El historiador afirma que los turistas, afectados por las restricciones, se pueden quedar en sus casas, mientras que los hombres de negocios continúan sus labores mediante las diversas alternativas de comunicación virtual. Concluye afirmando que la evidencia está en las cifras que muestran cómo el volumen del comercio internacional de bienes solo cayó alrededor del 4% en 2020, aun cuando el de servicios como el turismo se desplomó.

Un aspecto adicional a tener en cuenta es que las tecnologías de la información hicieron posible el teletrabajo y la educación virtual, a los que se acomodaron rápidamente una gran proporción de los trabajadores, especialmente de las áreas administrativas y de servicios; incluso eventos como los congresos y simposios se realizan hoy de manera virtual. Esa opción no existió para ninguna de las grandes pandemias anteriores.

Es claro que no todos los sectores de la actividad económica cuentan con las herramientas para absorber gran parte del choque. Específicamente aquellos servicios que implican la aglomeración o flujos continuos de personas, como el turismo, los conciertos, los cines, los bares y discotecas, entre otros, están sufriendo todo el impacto de las restricciones y muchas empresas se han visto forzadas a cerrar sus negocios de forma definitiva y a despedir los trabajadores.

Con estos argumentos, Harari (2021) concluye que las cuarentenas y las medidas de restricción combinadas con la aplicación de las tecnologías de la información han podido propiciar un menor impacto en contagios y en vidas humanas, así como una menor dispersión del virus.

Problema del subdesarrollo

Sin duda, los argumentos de Harari son fuertes. Pero es necesario incorporar las limitaciones del mundo en desarrollo en el que las “decisiones trágicas” tienen un mayor impacto.

En el gráfico 2 se observa que hay una notable diferencia en la participación de la mano de obra en la agricultura en las economías desarrolladas y en las economías en desarrollo. En Colombia la participación es del orden del 16% y en los tres socios comerciales de la Comunidad Andina es superior al 27%. En los bloques de economías en desarrollo incluidos en el gráfico esos porcentajes son todavía mayores. Pero, se debe tener en cuenta que mientras que Estados Unidos y la Zona Euro representan el 8,8% de la población mundial, los países de ingreso bajo y los de ingreso medio bajo son el 49,1%. Adicionalmente los niveles de mecanización de la agricultura en las economías en desarrollo son muy bajos por su topografía, bajos ingresos y tamaños medios de las explotaciones.


Otro aspecto que es fundamental en el análisis es la elevada informalidad en las economías en desarrollo. Según Quiros-Romero, Alexander y Ribarsky (2021) la informalidad laboral en las economías emergentes es del 67% y en las economías en desarrollo del 90% (gráfico 3); como se observa, en todos los grupos, es muy superior la informalidad en las áreas rurales.



La alta informalidad hace que las medidas de restricción sean menos efectivas en las economías emergentes y en desarrollo (Vlaicu y Perilla, 2020). Esto se puede ilustrar con el caso de Colombia, que tiene una informalidad laboral del 62%. Para mitigar el impacto de las cuarentenas el gobierno creó el ingreso solidario, mediante el cual se entregan $160.000 mensuales a cada familia que no estuviera beneficiada por otros programas de transferencias monetarias de la política social; pero ese es un ingreso insuficiente para mantener una familia y por esta razón los trabajadores informales empezaron a retornar a las calles antes de que se levantaran las restricciones.

Vlaicu y Perilla (2020) mencionan otros factores que en el caso de América Latina repercuten en la menor efectividad de los confinamientos. Uno de ellos es la baja confianza de la sociedad en los gobiernos en algunos países; aun cuando no mencionan nombres, es evidente que las posiciones de los presidentes de Brasil y México han dado lugar a actitudes en las que la población no acata cabalmente las decisiones de restricción.

Enriquez, Rojas y Centeno (2020) aportan elementos adicionales relacionados con la desigualdad, que se reflejan, por ejemplo, en la calidad de los servicios de salud a los que tienen acceso los enfermos. Según estos autores, en el caso de Chile en los hospitales privados, que son más costosos, la tasa de sobrevivencia de los pacientes con covid-19 duplicó la observada en los hospitales públicos, a los que accede la población de menos recursos.

En síntesis, son numerosos los aspectos que hacen que las “decisiones trágicas” tengan mayor impacto en las economías en desarrollo que en las desarrolladas. A pesar de las cuarentenas, los cierres de fronteras y las restricciones a la movilidad, América Latina fue una de las regiones más afectadas por el covid-19. En ese contexto, los argumentos de Harari lucen débiles para generalizarlas al mundo, aun cuando tendrían plena vigencia en el caso de las economías más avanzadas.

Culpa de los políticos

De acuerdo con los planteamientos de Harari (2021) los avances de la ciencia, la cooperación global de las comunidades científicas, el desarrollo de las tecnologías de la información y las aplicaciones tecnológicas a los sectores productivos son elementos que permitirían a la humanidad tener bajo control el covid-19. Pero lo observado evidencia que eso no ha ocurrido y por eso se registró una segunda ola de la pandemia y no se descarta la posibilidad de ocurrencia de una tercera; el resultado es el contagio de un porcentaje más alto de la población y un número de muertes superior al que se tendría que haber registrado, aun cuando se mantiene muy lejos del observado durante la gripe española. La explicación radica en las malas decisiones de los políticos.

Con las herramientas que brindan la ciencia y la tecnología, son los políticos los que tienen que adoptar las decisiones que generen un “equilibrio” entre los efectos esperados en la salud, la economía y las variables sociales; de igual forma, deben buscar “equilibrios” entre la aplicación de tecnologías para el seguimiento y rastreo y la intimidad de las personas; y, con mayor debate, el “equilibrio” entre las diferentes medidas de restricción y la libertad individual. Son las “decisiones trágicas” a las que se ha hecho referencia; los costos sociales, económicos y políticos de cualquier opción pueden ser altos.

Pero frente a esas decisiones lo que ocurrió es que políticos como Trump y Bolsonaro se negaron a reconocer el problema, a escuchar a los científicos y adoptar los correctivos necesarios. Por eso Harari (2021) afirma que “la negligencia e irresponsabilidad de las administraciones de Trump y Bolsonaro han resultado en cientos de miles de muertes evitables”; además, sostiene que los gobiernos de Israel y Gran Bretaña también incurrieron en errores de juicio que han sido muy costosos.

El gran problema ha sido la ausencia de liderazgo mundial y la “falta de sabiduría política”. A diferencia de la cooperación entre científicos, “los políticos no han logrado formar una alianza internacional contra el virus ni acordar un plan global”. En cambio, lo que se ha visto son conflictos por la escasez de equipos médicos, “nacionalismo” en la provisión de las vacunas y falta de entendimiento sobre el beneficio colectivo de lograr una vacunación equitativa, en la que los países de menores ingresos también tengan acceso a las vacunas.

En este punto hay coincidencia con lo formulado en Avendaño (2021) con relación al problema del liderazgo de los políticos que están frente a los gobiernos de los países. Ese problema se refleja en la inoperancia de grupos como el G-7 o la convocatoria a bloques más amplios de países para afrontar la pandemia. Pero a eso hay que adicionar la falta de liderazgo de los políticos al frente de los organismos multilaterales que fueron creados para afrontar los problemas globales; ni la OMS, ni la OMC ni las Naciones Unidas han tenido la capacidad de aunar esfuerzos frente a la emergencia sanitaria.

Supongamos por un momento un escenario hipotético en el que nuevamente nos ubicamos en enero de 2020. Pensemos qué habría ocurrido si el gobierno de China hubiera tenido la honestidad de comunicar desde un principio la existencia de un virus nuevo y potencialmente peligroso. Y qué hubiera pasado si Estados Unidos hubiera tenido un presidente con liderazgo global, capaz de convocar al G-7 o al G-20 y conformar equipos internacionales en conjunto con la OMS para diseñar estrategias de contención de la pandemia. Además, supongamos que la Unión Europea también estuviera muy fortalecida y brindara todo su apoyo a los países del acuerdo de integración más afectados; por ejemplo, podrían haber activado equipos interdisciplinarios de emergencia para desplazarse a Italia y España, así como haber enviado materiales y ventiladores suficientes para evitar el colapso del sistema de salud. En ese contexto la cooperación científica que ya mencionamos hubiera contado con mayor respaldo. También se hubieran podido tomar medidas de aislamiento de China que impidieran el contagio global o al menos lo hubieran minimizado, como ocurrió con el brote de ébola en algunos países africanos hace unos años. Por último, se habrían canalizado ingentes recursos de gobiernos y donantes privados para darle toda la potencia al programa Covax, coordinado por una OMS con un liderazgo muy fuerte y activo; a su vez, este organismo habría provisto de recursos a los proyectos de vacunas más prometedores.

La conclusión de esta hipotética situación es que el avance científico y la modernización de la producción que destaca Harari (2021) hubiera dado pie a la primera ocasión en la historia en que se neutraliza una gran pandemia y se logra tener bajo control un virus tan contagioso; se hubieran evitado miles de muertes, muchas quiebras de empresas, millones de desempleos y los problemas de pobreza y más desigualdad que impactaron con más fuerza a las economías de menores niveles de desarrollo. Adicionalmente, Covax sería el gran comprador mundial de vacunas y esto habría debilitado la posición dominante que hoy tienen las farmacéuticas. Por último, se hubiera evitado la guerra de las vacunas y se tendría una distribución más equitativa de ellas entre todos los países.

En la gran conclusión de Harari se deben incluir los políticos locales. En el caso de Colombia se ha observado que los mandatarios de los departamentos y las regiones han agravado la situación con decisiones erráticas y contradictorias, y con la falta de coordinación con otros mandatarios para moderar los impactos sobre los encadenamientos productivos. Además, ha sido evidente que muchos alcaldes y gobernadores han sido complacientes con el retorno de los negocios informales a las calles sin el cumplimiento de protocolos, con las aglomeraciones de festividades navideñas, ferias regionales y celebraciones deportivas, y con los cambios de posición ante la presión de las manifestaciones públicas de diversos grupos sociales. Obviamente no se pregonan las dictaduras, pero sí la coherencia de las decisiones y la coordinación y cooperación entre gobernantes regionales.

Por último, es preciso incorporar la inoperancia de las cadenas de decisión de las políticas públicas, en las que las burocracias tanto públicas como privadas han sido un factor clave. El gobierno de Colombia fue uno de los que reaccionó de forma más rápida ante la inminente llegada del virus y en términos generales las políticas diseñadas y adoptadas fueron adecuadas; pero entre el diseño y la ejecución de las políticas hay un largo trecho en el que se diluyen las responsabilidades y se pierde la dimensión de urgencia y de obligatoria aplicación.

Un ejemplo de esto es el PRASS, por las iniciales de Pruebas, Rastreo, y Aislamiento Selectivo Sostenible, mediante el cual se establece un programa para romper la cadena de contagios. En la práctica su operación ha sido muy baja porque los empleados de las EPS no han entendido cabalmente la importancia y la urgencia de hacer el rastreo cuando se detecta un contagio. Son múltiples las denuncias que se hacen por los medios de comunicación en los que se reportan casos de no atención a las solicitudes de pruebas por parte de afiliados que sienten que tienen los síntomas del covid-19; otros en los que se denuncian los tiempos excesivos en la entrega de los resultados de las pruebas; y además, muchos en los que se evidencia que no hay ni las recomendaciones de aislamiento de los contagiados ni intentos de establecer las listas de las personas con las que tuvieron contactos en los días recientes.

Final

De lo expuesto queda claro que la pandemia es una situación que plantea a los hacedores de las políticas públicas “decisiones trágicas” en las que tienen que buscar equilibrios complejos por la diversidad de variables que implica la emergencia sanitaria.

Es claro que la dicotomía salud – economía es falsa, pues las propias medidas restrictivas para proteger la salud como medio para afrontar la pandemia requieren de una economía funcionando y no de una economía quebrada.

Los argumentos de Harari (2021) sobre el desarrollo de la ciencia, la cooperación científica y la modernización económica para mostrar que la humanidad tiene el potencial de dominar la pandemia son correctos, pero tienen limitaciones en lo que respecta a las características económicas de los países en desarrollo que hacen más difícil aplicar las restricciones y minimizar sus impactos.

Por último, es importante la conclusión de Harari (2021) sobre la responsabilidad de los políticos en la incapacidad de la humanidad para haber contenido y controlado la expansión de la pandemia, así como sus impactos en mortalidad y daño económico y social.

Aún hay espacio para una cooperación política internacional que abra al mundo la posibilidad de superar la pandemia disminuyendo los riesgos que subsisten. Mantener la guerra de las vacunas va en detrimento no solo de las economías pobres que no pueden acceder a ellas, sino de los propios países desarrollados, pues las mutaciones del virus en las primeras pueden generar nuevas olas para las cuales las vacunas potencialmente podrían resultar ineficaces.

Referencias

Avendaño, Hernán (2021). “Covid-19 versus viruela. Historias paralelas”. IDEAS SUELTAS, No. 1, 15 de febrero, Fasecolda.

Cepal y OIT (2020). “La dinámica laboral en una crisis de características inéditas: desafíos de políticas”. Informe de Coyuntura Laboral en Amércia Latina y el Caribe, No. 23. Presentación realizada por Alicia Bárcena y Vinicius Pinheiro, el 10 de noviembre.

Domínguez, Nuño (2020). “La madre de la vacuna contra la covid: “En verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. El País, 27 de diciembre.

Enriquez, Diana; Rojas, Sebastián y Centeno, Miguel A. (2020). “La pesadilla del COVID-19 en América Latina”. Foreign Affairs, 1 de septiembre.

Harari, Yuval Noah (2021). “Lessons from a year of Covid”. Financial Times, February 26, 2021.

Loewe, Daniel (2020). Ética y coronavirus. Ediciones Fondo de Cultura Económica. Primera reimpresión FCE Colombia, Bogotá, agosto.

Quiros-Romero, Gabriel; Alexander, Thomas F. y Ribarsky, Jennifer (2020). “Measuring the Informal Economy”. IMF Policy Paper, February.

Vlaicu, Razvan y Perilla, Sergio (2020). “¿Han resultado efectivos los confinamientos en América Latina?”. Blog BID Ideas que cuentan, 27 de agosto.

World Bank (2021). Global Economic Prospects. International Bank for Reconstruction and Development. Washington, January.

Zimmer, Carl; Corum, Jonathan; y Wee, Sui-Lee (2021). “Coronavirus Vaccine Tracker”. The New York Times, March, 2.

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